La esperanza de vida ha crecido en España, pasando de 73,5 años en hombres y 80,6 años en mujeres en 1991; a 80,9 en hombres y a 86,2 en mujeres en 2019 [1]. Antes de la crisis sanitaria de la COVID-19, se estimó que entre 2015 y 2050 la población mayor de 60 años a nivel mundial casi se iba a duplicar, pasando del 12% al 22%. Se estimó que el número de personas mayores de 60 años superaría a los niños menores de 5 años en 2020 [2]. Todos estos son indicadores de una mayor tasa de envejecimiento en nuestra historia, lo cual va a suponer la aparición de retos importantes para nuestra sociedad.
Este envejecimiento de la población suele estar ligado a la presencia de múltiples morbididades, que pueden conducir a la aparición de polimedicación inadecuada [3]. Con la fragilidad y el deterioro cognitivo que se produce con la edad, muchas personas mayores acaban en situaciones de dependencia a las cuales tenemos que dar respuesta como sociedad, como se ha hecho a través de la Ley 39/2006 de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia [4] y de tota la legislación autonómica que pueda haberse derivado de ella [5].
En muchos casos, la implicación del farmacéutico comunitario es crucial para la consecución del éxito terapéutico, la reducción de los problemas relacionados con los medicamentos (PRM) y la mejora de la calidad de vida en los pacientes ancianos ambulatorios que residen en sus domicilios [6,7]. Además de contribuir a la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud a través de la provisión de seguimiento farmacoterapéutico [8].
Aquellas personas que necesitan una intensificación de la asistencia social y sanitaria por su situación de fragilidad y dependencia tienen en los centros residenciales para personas mayores un entorno sustitutivo del hogar adecuado y adaptado a sus necesidades asistenciales, para favorecer su recuperación o el mantenimiento del máximo grado de autonomía personal y social, en el que se garantiza la atención integral y la asistencia sanitaria de la persona [5]. En este entorno, a nivel internacional en torno a 1980, se puso de manifiesto el rol clínico potencial del farmacéutico en la provisión de una atención integrada a los residentes junto con los demás profesionales sanitarios implicados, aspecto que no estuvo exento de controversia en sus principios [9,10].
En la actualidad y en nuestro contexto, ya nadie cuestiona la integración de la atención farmacéutica con el resto de actividades asistenciales destinadas a residentes en centros de mayores. Muestra de ello es el trabajo diario que realizan farmacéuticos comunitarios, sociosanitarios y/o hospitalarios en prácticamente todos los centros residenciales de España en colaboración con el resto de profesionales sanitarios del centro. Incluso se ha demostrado que los servicios profesionales farmacéuticos asistenciales (SPFA) que se realizan en residencias de personas mayores reducen sustancialmente el número de caídas entre los residentes, la mortalidad, los ingresos hospitalarios, la calidad en la prescripción en el centro, el número medio de fármacos prescritos por paciente y el coste de la asistencia sanitaria provista [11].
El rol farmacéutico en la atención integrada en centros residenciales no está desarrollado en la normativa básica estatal y deja margen para la regulación autonómica, por lo cual existe mucha variabilidad en función de donde se encuentre ubicada la residencia. Además, existen muchos perfiles diferentes de residencias que varían en el volumen de residentes, su ubicación (urbana, suburbana o rural) o el perfil de complejidad de los mismos residentes.
Un grupo de trabajo integrado por farmacéuticos comunitarios y sociosanitarios vinculados a residencias, así como responsables asistenciales de estos centros, ha estado trabajando en los últimos años para que el colectivo farmacéutico esté provisto de un marco de práctica profesional común para los centros residenciales [12,13]. Inicialmente, este marco sólo se definió para aquellos centros en los que existe un depósito de medicamentos vinculado a una oficina de farmacia comunitaria o un servicio de farmacia hospitalario [12], pero ahora se ha ampliado el manual para incluir otros supuestos en los que no existe depósito de medicamentos, pero se cuenta con un farmacéutico para la provisión, la preparación y la supervisión de la medicación administrada en el centro residencial [13].
El Manual de Asistencia Farmacéutica en Centros Residenciales para Personas Mayores publicado recientemente [13] es un documento de máximos que describe por primera vez las funciones que realizan los farmacéuticos en el contexto residencial. Pretende ser un documento de referencia para farmacéuticos de nuestro territorio e internacionalmente. El Manual define que el rol farmacéutico en las residencias se puede circunscribir en tres ámbitos principalmente:
1. Funciones del farmacéutico integrado dentro del equipo asistencial
Se incluyen en este apartado todos aquellos servicios cognitivos que aporta el farmacéutico al trabajar y establecer protocolos conjuntos con el resto de profesionales del centro residencial. Esta integración que se empieza ver necesaria en el contexto comunitario ambulatorio se ha manifestado así en las residencias desde hace tiempo. Las funciones que encontramos en las que el farmacéutico debe trabajar colaborativamente son, entre otras, la revisión, validación y modificación de tratamientos; la elaboración de la guía farmacoterapéutica del centro; el desarrollo del plan formativo en farmacoterapia de los profesionales del centro, etc. El papel del farmacéutico es esencial, ya que aporta una visión complementaria y diferente a la que proyectan otros profesionales sanitarios y sociales del centro, que quedaría coja sin esta práctica colaborativa e integrada.
2. Funciones del farmacéutico para el seguimiento farmacoterapéutico y de uso de productos sanitarios y dietoterápicos en los pacientes.
El farmacéutico en la residencia puede trabajar para garantizar la adherencia y el cumplimiento terapéutico de los pacientes a través del seguimiento farmacoterapéutico. Trabajando de manera integrada, puede detectar problemas relacionados con la medicación (PRM) especialmente en esta población frágil en la que existe un elevado riesgo de iatrogenia y mayor probabilidad de aparición de interacciones a causa de la polimedicación. El farmacéutico puede aportar su experticia y conocimiento sobre los cambios farmacocinéticos y farmacodinámicos que se dan a causa de los cambios fisiológicos asociados a la edad. Es consultor también para aportar información sobre medicamentos a los otros profesionales para su administración y la conciliación de los tratamientos prescritos.
Los prescriptores pueden apoyarse en la figura del farmacéutico en los centros residenciales para la revisión de los tratamientos pautados. Pueden evaluar de manera conjunta la seguridad y la necesidad de la medicación tomada y, de esta manera, combatir la inercia terapéutica en la que a menudo se ven sumidos por el miedo a la descompensación del usuario si se modifica la pauta terapéutica. El farmacéutico consultor puede ayudar a encontrar también las mejores formas farmacéuticas adaptadas a los problemas de deglución que puedan tener e incluso puede aconsejar si es posible elaborar un medicamento individualizado a través de la formulación magistral, adaptándolo al residente.
Este rol no se limita exclusivamente al medicamento, ya que el farmacéutico puede aportar igualmente valor para la dispensación y el uso de productos sanitarios y también dietoterápicos. En este último caso es especialmente importante por la elevada frecuencia de casos de malnutrición y sarcopenia entre la población residente en estos centros.
3. Funciones del farmacéutico para la gestión del depósito de medicamentos.
Este apartado se basa en la guía previamente desarrollada [12] en la que ya se describe al farmacéutico como el responsable de controlar y optimizar el almacenamiento de medicamentos, productos sanitarios y dietoterápicos en el centro. Para ello, debe eliminar aquellos que sean innecesarios, que estén caducados o sobre los que haya alguna alerta de seguridad farmacéutica por parte de la Agencia Española del Medicamento y Producto Sanitario (AEMPS).
Es también responsable del control del stock del centro para que tengan los medicamentos que puedan ser necesarios en el día a día, como también ante circunstancias de urgencia. Finalmente, es responsable de la correcta gestión de residuos siguiendo los protocolos de SIGRE para que estos residuos sean correctamente tratados y no impacten negativamente en el medio ambiente.
El Manual publicado [13] pretende aportar un marco de referencia para que cada farmacéutico pueda adaptarlo a su contexto normativo autonómico y la idiosincrasia de cada centro residencial. Como norma general, pero más aún en el ámbito residencial y sociosanitario, es clave la mejora de la comunicación entre profesionales y niveles asistenciales, que debe ser bidireccional, para la mejora de la continuidad asistencial. Debemos colocar el paciente en el centro del sistema.
Se ha demostrado que la integración del farmacéutico con el resto de actores implicados de los centros residenciales mejora la atención al paciente y sus resultados en salud [11]. No obstante, esta integración pivota a menudo sobre voluntarismo e iniciativas particulares. Idealmente se debería plantear un marco normativo que regule las condiciones y que venga acompañado con una dotación y un modelo económico que permita la integración y la colaboración entre los diferentes agentes de salud y que asegure la presencia en los centros residenciales de un profesional tan necesario como es el farmacéutico, para la mejora de la salud de los usuarios y para aportarles una mayor calidad de vida.
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