La reducción del consumo de antibióticos en residencias es clave para reducir las resistencias a los antimicrobianos, según el análisis del consorcio de organizaciones que participan en ‘HAPPY PATIENT’, proyecto europeo que investiga mecanismos que permitan reducir en un 40 por ciento el consumo inapropiado de antibióticos, principalmente en aquellos países con una prescripción elevada de antibióticos dentro de la Unión Europea: España, Francia, Lituania, Polonia y Grecia.
En Europa, un 5,8 por ciento de las personas que viven en residencias tienen prescrito un antibiótico, según un estudio de Eurosurveillance, dependiente del European Centre for Disease Prevention and Control (ECDC). Un tercio de estos medicamentos se emplea para prevenir el desarrollo de una infección bacteriana. Esta indicación preventiva del antibiótico es inadecuada en la mayoría de los casos.
Ni organismos ni instituciones científicas lo recomiendan, dado que contribuyen a la expansión de la resistencia a los antimicrobianos (AMR), así como de infecciones más complejas, como la provocada por la ‘Clostridium difficile’. Hay países de la UE en los que el porcentaje de personas que viven en residencias con pauta antibiótica se dispara: en España, por ejemplo, alcanza el 11,7 por ciento, la cifra más alta de Europa.
Según este estudio, la profilaxis de la infección urinaria fue una indicación frecuente para el uso de antimicrobianos en las residencias y, a pesar de que sí existe evidencia de que la administración de antimicrobianos a largo plazo puede reducir el riesgo de recurrencia de las infecciones urinarias en las mujeres, entraña dos riesgos.
Por un lado, el beneficio disminuye inmediatamente al cesar el uso de antimicrobianos; por otro, la administración a largo plazo de antibióticos se asocia con un gran aumento en la proporción de bacterias resistentes a los antibióticos aisladas de la orina y las heces.
Aunque todavía no existen estudios relevantes que relacionen la COVID-19 con las resistencias microbianas, sí hay indicios en este sentido. Por una parte, “la infección por SARS-CoV-2 debilita enormemente el sistema inmunológico de las personas infectadas y, en el caso de personas que viven en residencias, nos hallamos ante un segmento de la población más inmunodeprimida”.
“En este contexto, las infecciones bacterianas secundarias han sido extremadamente comunes y dañinas”, señala el médico de familia, investigador y coordinador del proyecto, Carl Llor. Y añade que es posible que “puesto que las infecciones secundarias suponían un problema con la COVID-19, se haya multiplicado la administración de antibióticos con finalidad profiláctica, con los riesgos futuros que esto entraña”.
Sin embargo, el experto abre la puerta al optimismo: “La COVID-19 puede ser una oportunidad única para concienciar y romper automatismos de prescripción antibiótica, por el hecho de que se ha modificado la percepción de que el riesgo de una alerta sanitaria global es posible”.
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