Una de las principales causas de mortalidad en la población general es la mortalidad cardiovascular. Su prevención mejora no solo la esperanza de vida, sino también la calidad de la misma.
La reducción de los factores de riesgo cardiovascular es lo que se considera prevención primaria, se logra a través de cambios en el estilo de vida y terapias farmacológicas complementarias. La intervención sobre estos factores de riesgo aporta un beneficio demostrado en multitud de estudios clínicos.
Lo más importante es detectar el riesgo cardiovascular en los pacientes antes de que haya cualquier manifestación clínica para poder llevar a cabo las medidas pertinentes de prevención primaria.
Se han desarrollado múltiples técnicas, sobre todo de imagen, que ayudan a detectar la afección vascular subclínica, pero aún no tiene un uso generalizado. Por eso, se deben utilizar todas las herramientas para no dejara pasar por alto los pacientes que necesitan atención.
Se recomienda el cálculo del riesgo cardiovascular en todos los adultos de 40 años o mayores que no tengan una enfermedad cardiovascular o que por sus características no sean de alto riesgo, mediante SCORE2 (pacientes entre 40 y 69 años), SCORE2-OP (70 y 90 años).
Una vez determinado el riesgo, se debe tener un control estricto de los factores de riesgo, sobre todo, en esos pacientes que presenten cualquier síntoma cardiovascular para evitar cualquier evento grave.
Es importante recurrir a los fármacos necesarios, incluso, cualquier intervención de revascularización si fuese necesario. Un aspecto clave es la educación del paciente, centrándose en un mejor estilo de vida, basado en una dieta saludable y el ejercicio físico.
En prevención primaria hay que reducir el colesterol en pacientes sin evidencias de enfermedad ateroesclerótica y con valores de cLDL mayor o igual a 192 mg/dl. A todo paciente se debe de realizar una valoración clínica previa ante cualquier actuación. Los que presentan dislipidemia deben recibir asesoramiento para lograr y mantener un peso deseable, realizar actividad física regular y una dieta saludable.
Es importante conocer los antecedentes familiares y calcular el riesgo cardiovascular. No se puede pasar por alto la necesidad de hablar con el paciente, para que conozca su enfermedad y sea consciente del riesgo que tiene. De esta forma, se podrá implicar en el control de su riesgo cardiovascular.
El paciente debe implementar cambios saludables en el estilo de vida: dejar de fumar, mantener un peso adecuado, dieta, ejercicio y medidas saludables, que permitirán un mejor control de la dislipemia.
La terapia farmacológica se indicará en los casos necesarios para reducir los niveles de cLDL.
Hay que recordar que la adherencia se suele circunscribir únicamente al ámbito farmacológico, por lo que utilizar fármacos de una sola toma al día mejora la adherencia al tratamiento.
La utilización de dispositivos inteligentes por parte los pacientes y la motivación del médico/enfermera está permitiendo que los registros de actividad física sean más fiables.
En cuanto al consumo moderado de alcohol, hay datos que muestran un efecto beneficioso sobre la enfermedad cardiovascular. Sin embargo, están basados en estudios observacionales, lo cual genera cierta controversia.
Hay datos que muestran que el alcohol incrementa el riesgo de cardiopatía hipertensiva, miocardiopatía, fibrilación y accidentes cardiovasculares. Asimismo, se ha asociado con la calcificación coronaria y el aumento del grosor de la íntima-media carotídea, lo que puede deteriorar la salud vascular.
De hecho, tal y como se puso de manifiesto en 42 Congreso Nacional de la Sociedad Española de Medicina Interna, el riesgo cardiovascular causado por el consumo de alcohol es mucho mayor que el pretendido beneficio cardiovascular que se le ha estado atribuyendo a través de la publicidad de bebidas alcohólicas.
Por su parte, la obesidad sí que es un factor de riesgo coronario, por lo que es preciso el manejo adecuado para producir beneficios en la prevención de la enfermedad cardiovascular.
La obesidad se asocia con varios factores de riesgo cardiovascular, como hipertensión, síndrome metabólico, diabetes mellitus de tipo 2, y con un aumento del riesgo de enfermedad cardiovascular, incluidas la insuficiencia cardiaca, la cardiopatía coronaria y la fibrilación auricular.
El seguimiento de la dieta mediterránea se ha asociado a una menor morbimortalidad por enfermedades cardiovasculares. Mantener una buena alimentación es clave. Según la Fundación Española del Corazón, la calidad de la dieta influye directamente en la salud del corazón, pudiendo llegar a reducir hasta un 30 % el riesgo de enfermedad cardiovascular y hasta un 70 % las probabilidades de padecer una patología cardiovascular.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Medicina General Casto Fernández Cuadrillero, Pedro Alonso Hernández, Pedro Luis Antona del Val, y la endocrinóloga Sara Gómez Rodríguez, de Valladolid, y Ángel Concepción Clemente, Juan Antonio González Brito, Carlos Federico Dorta Macía, Javier Lorenzo González, Misleydi Domínguez Ramos y Juan Miguel Costa González.
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