El envejecimiento es un proceso continuo y progresivo que se traduce en una disminución de la función fisiológica en todos los sistemas del organismo.
Estas disminuciones fisiológicas conllevan un aumento de la vulnerabilidad a las infecciones y a las patologías, incrementando drásticamente el riesgo de mortalidad.
En comparación con los sujetos jóvenes, el riesgo de mortalidad entre los ancianos ha aumentado en un cien por cien por ictus y enfermedad pulmonar crónica; en un 90 por ciento, en casos de enfermedades cardíacas, neumonía y gripe, y en un 40 por ciento, por cáncer.
Aunque las etiologías de las enfermedades relacionadas con la edad son bastante diferentes, hay una evidencia significativa que relaciona la inflamación crónica de bajo grado como una de las características biológicas más consistentes, tanto del envejecimiento cronológico como de varias enfermedades o trastornos relacionados con la edad. De hecho, una reciente búsqueda en PubMed de los términos envejecimiento e inflamación dio como resultado casi 10.000 publicaciones en esta área, en las que aparecían implicados ambos factores de riesgo en una amplia variedad de enfermedades y trastornos relacionados con casi todos los órganos.
La inflamación crónica, por tanto, representa una de las características biológicas del envejecimiento. Algunos estudios recientes sugieren que la microbiota intestinal puede jugar un papel clave en esta inflamación correlativa a la edad.
De hecho, diversos estudios indican que los ancianos muestran una composición alterada de la microbiota intestinal y las primeras pruebas revelan que esta disbiosis está asociada a una carga inflamatoria importante, caracterizada por la presencia en el torrente circulatorio de específicos marcadores inflamatorios, que son capaces no solamente de causar daño en la mucosa intestinal, desencadenando consecuencias vinculadas a sus funciones fisiológicas (absorción y tránsito intestinal), sino también en otros órganos periféricos: hígado, riñones, corazón, pulmones y cerebro.
Los estudios nos muestran que en el sujeto anciano es posible encontrar una alteración muy significativa de la biodiversidad bacteriana intestinal, con una reducción importante de algunas especies bacterianas con respecto a otras.
Los cambios de la microbiota intestinal en los ancianos pueden derivar de modificaciones en la dieta, cambios en la respuesta inmunitaria, hospitalizaciones, aumento del tiempo de tránsito intestinal y falta de actividad física, infecciones recurrentes y del uso frecuente de antibióticos y otros fármacos.
Este empobrecimiento, en términos de biodiversidad de la microbiota, está correlacionado con alteraciones de la respuesta inmunitaria. Sumada a una carga inflamatoria crónica sistémica de bajo grado, pueden provocar la aparición de, por ejemplo, patologías cardiovasculares y degenerativas, como el alzhéimer o el párkinson, así como otras alteraciones del humor, como la ansiedad o la depresión.
En particular, se aprecia una reducción significativa, por ejemplo, de bifidobacterias que, según lo que actualmente ha demostrado la investigación científica, están consideradas como bacterias dominantes de la microbiota intestinal humana y, por tanto, unos miembros clave de ella.
Con el envejecimiento, se verifican una serie de modificaciones en diversos sistemas fisiológicos interconectados, entre los cuales está uno de los más importantes, el sistema inmunitario, relacionado estrechamente con nuestra microbiota intestinal.
Las modificaciones que aparecen en este sistema son denominadas inmunosenescencia y pueden definirse como un declive en la función inmunitaria, que conlleva un aumento de la susceptibilidad a las infecciones y un aumento del riesgo de enfermedades inflamatorias crónicas.
La inmunosenescencia se produce en paralelo al inflammaging, que supone la aumentada presencia de un estado inflamatorio sistémico crónico de bajo grado, que es típico de la edad avanzada. El inflammaging se caracteriza por un aumento de los niveles de citoquinas proinflamatorias (como IL-1beta, IL-6, TNF-alfa, proteína C-reactiva) y por una concentración reducida de las citoquinas antiinflamatorias (como, por ejemplo, IL-10 o IL-1RA).
Una serie de tejidos (ej.: el tejido adiposo o el muscular), órganos (ej.: el cerebro y el hígado), sistemas (ej.: el inmunitario) y ecosistemas (ej.: la microbiota intestinal) del organismo pueden contribuir de diferentes maneras a la aparición y progresivo desarrollo de la inflammaging.
En relación con estas evidencias científicas, resulta necesario, incluso antes de que comience el proceso de envejecimiento fisiológico, recurrir a una modificación del estilo de vida, así como del perfil nutricional del sujeto adulto.
El objetivo del cambio de hábitos en el sujeto es el de actuar sobre su microbiota con una alimentación muy enriquecida en carbohidratos accesibles a la microbiota (MAC), como la inulina, los fructooligosacáridos (FOS), los galactoligosacáridos (GOS) y el almidón resistente, que son capaces de desarrollar una plena acción prebiótica y de continuo enriquecimiento de la microbiota.
De hecho, para producir energía para su propio sustento, la microbiota utiliza la fibra, los carbohidratos complejos, que en su gran mayoría no son digeribles por el ser humano.
Además de la celulosa, que esencialmente no es digerida por la microbiota, los otros carbohidratos complejos, llamados MAC (hidratos de carbono accesibles a la microbiota) son digeridos y utilizados para producir energía. Una dieta pobre en MAC determina el consumo, a nivel energético, de moco intestinal, con pérdida de la integridad de la barrera intestinal, menor producción de ácidos grasos de cadena corta y la aparición en la circulación de lipopolisacáridos (LPS), partes de la pared externa de las bacterias Gram-negativas, considerados potentes factores proinflamatorios.
Los productos finales de la fermentación de los MAC son los ácidos grasos de cadena corta (SCFA), en particular el butirato, el propionato y el acetato. Los SCFA, además de suponer una reserva energética suplementaria para el organismo humano, tienen un importante efecto sobre la salud y sus variaciones parecen tener un papel en la génesis de algunas patologías, sobre todo en las enfermedades crónicas ligadas a la inflamación y a la inmunomodulación.
El siguiente paso a llevar a cabo es el de integrar cepas bacterianas probióticas de origen humano, en particular bifidobacterias y lactobacilos, que sean capaces de enriquecer la biodiversiad bacteriana intestinal y de producir sus metabolitos específicos, para conseguir así una buena acción inmunomodulante y antiinflamatoria intestinal y sistémica.
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