Las guías de práctica clínica son documentos que surgen del análisis de diversos estudios con el objetivo de ayudar a los profesionales sanitarios en la práctica clínica habitual y a los pacientes. La velocidad de la caducidad de la información es un problema importante para su elaboración y su actualización. Así, para valorar la necesidad de actualizar la guía de hipertensión, hay que valorar la vigencia de las recomendaciones que se incluyen. Existen unos aspectos que deben ser monitorizados para valorar la necesidad de actualizarla, como son identificar y valorar las nuevas evidencias relevantes, la opinión de expertos y elaboradores de la guía, la percepción de los usuarios y el análisis del contexto.
Para realizar la actualización de la guía hay dos tipos, uno prácticamente permanente, que es lo que se conoce como living guidelines, y el otro, que es el que más se realiza, es cuando pasa una serie de años, al menos cada tres años y en cualquier caso no debe sobrepasar nunca los cinco años. Normalmente, la actualización puede ser parcial, aunque otras veces es necesaria una actualización completa, modificando diferentes apartados o incluso elaborar nuevos.
Y es que los objetivos de estas guías son que deben servir de instrumento para que los profesionales puedan mejorar la atención sanitaria de los hipertensos a través de recomendaciones desarrolladas de forma sistemática, que ayuden tanto al profesional de la salud como al paciente a tomar decisiones adecuadas en circunstancias clínicas especiales. También se tiene en cuenta los aspectos epidemiológicos, diagnósticos y los relacionados con el seguimiento y la adherencia terapéutica. Las guías se actualizan a través de tablas y recomendaciones concisas para que el médico pueda consultar fácil y rápidamente en su trabajo diario. Por eso, es necesario realizar encuestas y registros para verificar si la práctica clínica real se corresponde con las recomendaciones de las guías y, de esta forma, se completa el ciclo entre la investigación clínica, la elaboración de las guías y su implementación en la práctica clínica.
La valoración de la necesidad de actualización de una guía recae fundamentalmente en los expertos, ya sean del grupo elaborador, colaboradores o revisores externos de la guía. Después de tomar la decisión de actualizar la guía, la primera etapa es la búsqueda bibliográfica; es el momento de apoyarse en otras entidades elaboradoras de guías y así no duplicar la información; hay que reflejar la metodología del proceso seguido, reconociendo explícitamente las fuentes utilizadas.
El siguiente paso es la evaluación crítica y la síntesis, por tanto, hay que actualizar las tablas de evidencia previas e incorporar la nueva información a la síntesis previa. Al tener la información recogida y evaluada, hay que realizar un borrador con las modificaciones y posteriormente se realiza una revisión externa, sin olvidar el registro de las etapas y los cambios. De esa forma, los usuarios pueden reconocer con facilidad las modificaciones y las razones de las mismas Y el último paso es la publicación de la guía práctica clínica de hipertensión, con las modificaciones relevantes.
Las guías están basadas en pacientes reales, patologías reales y tratamientos reales, que tras observación, informes o estudios clínicos y tras consenso de especialistas son plasmadas en las guías correspondientes para que todo profesional que lo precise y quiera pueda utilizarlas en beneficio de sus pacientes. El origen de las guías de práctica clínica se sustenta en la medicina basada en la evidencia y tienen como objetivo reducir la variabilidad de la práctica médica para garantizar un mejor control.
Las guías pretenden mejorar la efectividad, la eficiencia, la seguridad de las decisiones clínicas. Lo consiguen ayudando a que los profesionales disminuyan la variabilidad no justificada de su práctica y facilitando las mejores decisiones diagnósticas y terapéuticas en condiciones clínicas específicas. Son revisiones de patologías de gran relevancia clínica por su papel importante en morbilidad y mortalidad para los pacientes. En general, existe tanto por parte de profesionales implicados en la elaboración como por parte de profesionales que las utilizan y de las sociedades científicas implicadas en la patología un gran consenso para que estas guías se actualicen y se renueven cada periodo de tiempo determinado y muestra de ello es la existencia de varias guías sobre el mismo tema revisadas y actualizadas según se van viendo modificaciones con el paso de la práctica clínica, que son publicadas periódicamente.
En la complejidad creciente de los problemas clínicos, las decisiones se toman a nivel local y para pacientes individuales. En este proceso de acomodación de las evidencias a la realidad, las guías de práctica clínica debieran aportar conocimientos y experiencias útiles para tomar decisiones bien fundamentadas en situaciones de incertidumbre y que se adapten a pacientes con múltiples comorbilidades y situaciones de cronicidad. No obstante, no se puede dejar pasar por alto que las guías se deben adaptar a la sociedad donde se aplican; por ejemplo, la población española difiere de la americana y de la canadiense.
En este contexto, el farmacéutico puede aportar perspectivas interesantes en la confección y actualización de las guías de práctica clínica para HTA. Por su accesibilidad y formación especializada, el farmacéutico juega un papel clave en la detección y seguimiento del paciente con hipertensión, por lo cual deben formar parte de la elaboración y consenso de las guías de práctica clínica en hipertensión. Hasta la fecha, se han publicado numerosas guías clínicas sobre la atención a pacientes con HTA, dirigidas principalmente a médicos. Sin embargo, cada vez es más evidente la necesidad de que todos los profesionales de la salud participen en la atención integral a los pacientes con HTA y riesgo cardiovascular. La cooperación entre farmacéutico, médico, personal de enfermería y otros profesionales sanitarios es imprescindible para conseguir resultados que optimicen la prevención cardiovascular y mejoren la calidad de vida del paciente.
Así, la coordinación de todos los profesionales sanitarios es clave para un mejor manejo de las enfermedades crónicas, como es el caso de la HTA. En este ámbito, el farmacéutico es necesario para garantizar el cumplimiento terapéutico, evitar interacciones, sobre todo con los fármacos que no necesitan receta, y recordar las pautas de la medicación.
También es un gran aliado para la detección de efectos secundarios o adversos que en ocasiones los pacientes comentan sin relacionar directamente con el fármaco que está tomando. Automedicación, dosificación, refuerzo en el cumplimiento terapéutico son básicas, ya que en muchas ocasiones la falta de efectividad está relacionada con el incumplimiento terapéutico, que aumenta cuanto más complicado es el paciente crónico polimedicados y el anciano frágil.
Además, el momento en que los pacientes van a recoger su medicación e incluso cuando van a controlar sus cifras tensionales en las farmacias son momentos óptimos para dar ciertas recomendaciones. El hecho de que los tensiómetros estén en condiciones óptimas y bien calibrados es importante para asegurar un control tensional ajustado a la realidad, pero sería interesante que se observasen los diez minutos de reposo que debe guardarse antes de una medida de tensión arterial, consejo éste que el farmacéutico debe recordar a los pacientes. Otro aspecto importante es asegurarse de que la medicación solicitada por el paciente es coherente y no hay principios activos duplicados con nombres genéricos diferentes, hecho que aún podemos encontrar en las listas de medicación, a pesar de que la receta electrónica ha disminuido tal error.
Y es que la farmacia puede ser el lugar donde personas que acuden porque requieren atención de otro tipo sean advertidas de la posibilidad de requerir algún test de detección de hipertensión en caso de síntomas o signos inespecíficos consultados, como por ejemplo, consejo nutricional para perder peso. Al ser los dispensadores de la medicación podrían tener algo más de información por parte de los pacientes y a su vez podrían informarles de todo lo relacionado con su tratamiento.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Medicina General Mercedes Becerra, Rubén Egido Galdolfi, Javier Álvarez Alarcón, José María Moral Pascual y José Manuel Rodríguez Buitrago, de Madrid; Alfonso Carlos Albarrán Marcos, Rafael Fornies Rejas, Carlos Valero Gil y José Antonio Gordo Martínez, de la Clínica Madrid, en Fuenlabrada; Ángeles Prieto Carnicer, Marta Pérez Álvarez, Joaquín García Guerra, Mª Pilar Ávila Sánchez, Mª Soledad Araujo Luis, Ángel Luis Coto López, Mª Encarnación Oliveira Ramírez, Victoriano Fraga Canora, Mª Pilar Rodríguez Perulero y Carlos San Andrés Pascua, de Madrid,y los médicos de Atención Primaria Mercedes Sánchez-Cruzado del Olmo, Alicia Rubio Moreno, Dalmacio Jiménez Vadillo, Santiago Fernández García y Francisco Vicente Herranz Catalán, del Centro de Salud Quintanar de la Orden, en Toledo. Pilar Cecilia Cermeño, Marcos Pardo Fernández y Fausto García.
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