En el manejo de los niños con diabetes para tener un desarrollo y crecimiento adecuado, una buena calidad de vida y el menor número de complicaciones posibles son fundamentales la administración de insulina, el control de la alimentación, el ejercicio físico, la monitorización de la glucemia, la educación diabetológica, la motivación y el seguimiento y búsqueda de complicaciones y comorbilidades.
Las complicaciones que pueden aparecer en el niño diabético se clasifican en agudas y crónicas. La hipoglucemia y la cetoacidosis diabética son las complicaciones agudas. La hipoglucemia es la más frecuente y es consecuencia del tratamiento con insulina, cuando este no es estrictamente idóneo. Se define, en la práctica médica, como un umbral de glucemia < 70 mgr/dl, y se debe iniciar tratamiento inmediato en el paciente con DM. El desencadenante habitual es el exceso de administración de insulina, ingesta baja de hidratos de carbono, el ejercicio físico o ingesta de alcohol en adolescentes. Sus síntomas son por la actividad adrenérgica (sudoración, temblor, palpitaciones…) o neurológicos como cefalea, cansancio o en niños pequeños alteraciones del comportamiento. La hipoglucemia grave cursa con inconsciencia o convulsiones. El tratamiento se basa en la administración de azúcares de absorción rápida o glucosa por vía intravenosa en los casos más graves. El uso de glucagón por vía intramuscular o subcutánea está muy extendido en el medio extra hospitalario en caso de emergencia.
La cetoacidosis diabética (CAD) es la complicación por descompensación aguda de la diabetes que se presenta con más frecuencia en el tipo 1 y, por tanto, mayor incidencia en niños. Se caracteriza por la intensificación de la triada clásica de la enfermedad, con deshidratación secundaria a la diuresis y vómitos, aparición de dolor abdominal y dificultad respiratoria. Puede aparecer en mayor o menor grado alteraciones de la consciencia. Aparece fundamentalmente por omisión o dosis inadecuadas de insulina, aunque la precipitación por infecciones suele ser frecuente. El diagnóstico se confirma por la presencia de glucemia >250 mgr/dl, con acidosis en sangre y déficit de bicarbonato y cuerpos cetónicos positivos en sangre y orina. Los trastornos hidroelectrolíticos y el edema cerebral son las complicaciones más temidas. El tratamiento requiere hospitalización y, en algunos casos, en UCI.
Entre las complicaciones crónicas están las relacionadas con la hiperglucemia en sangre y se relacionan con la afectación microvasculares de múltiples órganos como riñón, retina y nervios periféricos. La afectación macrovasculares asocia HTA y enfermedad cardiovascular que acelera la ateroesclerosis.
También hay que tener en cuenta que para el grupo de 14 a 17 años, el exceso de peso supera el 25%, lo que constituye un factor de riesgo cardiovascular asociado a la diabetes. En las últimas dos décadas ha aumentado la obesidad y la diabetes tipo 2 en la población juvenil, asociada a cambios en los hábitos alimentarios y estilos de vida.
Es fundamental la prevención del desarrollo de sobrepeso y obesidad para evitar la aparición de diabetes tipo 2. Con este objetivo, se deben plantear programas de ejercicio diario como ir y regresar de la escuela caminando, andar en bicicleta, usar las escaleras en vez del ascensor y limitar el uso de video juego, televisión y ordenador a 1-2 horas diarias, así como incentivar la práctica de ejercicio sistemático durante 30-60 minutos diariamente. En cuanto a la alimentación, se deben erradicar los malos hábitos nutricionales como el consumo excesivo de alimentos hipercalóricos, los carbohidratos refinados y las grasas saturadas, aconsejando el consumo de grasas no saturadas, fibra dietética, frutas, verduras y un aporte adecuado de proteínas, para lograr una nutrición más balanceada y sana.
Las recomendaciones nutricionales para un niño o adolescente diabético son muy similares a las de los niños sanos con algunas excepciones. El aporte calórico a administrar se ajustará en función de la edad, siendo de 1.000 calorías +(años x 100) a partir de los 10 años. Estas calorías deberán repartirse según los nutrientes: 30% de la energía total basada en grasas (>10% de grasa monoinstaturadas, evitar grasas saturadas), 15-20% en proteínas y 50-55% en hidratos de carbono. En el niño diabético estos hidratos de carbono deberán proceder principalmente de féculas complejas como pan, cereales, patatas y arroz. También podrán ingerir aquellos hidratos de carbono que produzcan solo pequeños incrementos de la glucemia postprandial como la pasta o legumbres como las judías o las lentejas debido a su bajo índice glucémico. Pueden tomar sin restricción, por su bajo contenido en carbohidratos, carne, verduras y queso. Por el contrario, no deberán ingerirse aquellos alimentos con un elevado índice de azúcares simples como los zumos de fruta envasados, leche condensada, miel, mermeladas, bebidas azucaradas, pasteles, tartas, o frutas como las uvas, plátanos muy maduros, dátiles o higos.
Es importante adquirir una correcta educación nutricional en estas edades para que sea uno de los pilares básicos en la prevención del sobrepeso, de la obesidad y la diabetes. El estilo de vida guarda relación con la prevalencia de obesidad, que es más elevada entre los chicos y chicas que dedican mayor tiempo a actividades sedentarias (estudio, TV, ordenador, videojuegos…) en comparación con los que dedican menos tiempo.
El mecanismo por el cual se engorda es simple; se acumula grasa cuando la energía ingerida en forma de alimentos es superior a la gastada (gasto energético) para el mantenimiento de las funciones vitales y la actividad física. Los cambios en la alimentación (la dieta occidental es cada vez más rica en grasas y productos lácteos) y los nuevos estilos de vida cada vez más sedentarios son los principales desencadenantes en el aumento de la obesidad y por lo tanto de la diabetes.
Se sabe que el deporte es indispensable para asegurar un buen tratamiento de la diabetes, pero ¿pueden realizar cualquier tipo de ejercicio los niños con diabetes? La respuesta es sí. Se conocen dos grandes grupos de ejercicio; los aeróbicos y los anaeróbicos. Los primeros son los que se realizan con una intensidad que permite una disponibilidad suficiente de oxígeno como para mantener una conversación mientras se realizan. Suelen ser ejercicios cardiovasculares, como caminar, correr, nadar, patinar, montar en bicicleta, bailar, hacer esquí de fondo, spinning o aerobic. Cuando se realizan de forma continuada promueven un consumo de glucosa mayor y es posible que hagan bajar los niveles de glucosa en sangre. Esta hipoglucemia puede ocurrir tanto durante la realización del ejercicio (entre 30-60 minutos después del inicio) hasta 12-24 horas después de haberlo realizado.
Por su parte, los anaeróbicos son los que se realizan con una intensidad que no permite una disponibilidad suficiente de oxígeno. Habitualmente son ejercicios que trabajan la fuerza muscular como la realización de abdominales y flexiones, los sprint (carreras cortas a gran velocidad) y levantamiento de pesas.
Hay que tener en cuenta que el ejercicio aumenta el gasto calórico y ayuda a mantener el peso adecuado, los niveles de colesterol y triglicéridos en rango normal, la presión arterial dentro de límites normales, la vascularización del corazón, la sensación de bienestar, una buena vascularización de los pies y puede favorecer la integración social. Los niños con diabetes tienen que saber que no deben realizar ejercicio físico si existe acetona en sangre o en orina, ya que los cuerpos cetónicos aumentarían más.
En este sentido, la educación diabetológica es clave, puesto que es una parte esencial del manejo de personas con diabetes. Enfermería es esencial para el manejo de los diabéticos especialmente en etapas conflictivas como los niños o durante la adolescencia.
Los padres pueden influir en el comportamiento de sus hijos poniendo a su disposición en el hogar bebidas y alimentos saludables y apoyando y alentando la actividad física. Al mismo tiempo, se recomienda a los padres que tengan un estilo de vida saludable y lo fomenten, puesto que el comportamiento de los niños suele modelarse a través de la observación y la adaptación.
Desde la Administración se deben fomentar las dietas saludables y la actividad física regular son factores esenciales en la lucha contra la epidemia de obesidad infantil.
En materia de alimentación infantil, el farmacéutico puede transmitir a los padres y cuidadores de los más pequeños, cuando solicitan su consejo en la oficina de farmacia. La labor del farmacéutico comunitario en el terreno de la alimentación infantil es esencial. En primer lugar, porque es en la farmacia donde se dispensan muchos de los alimentos propios de los niños de entre cero y tres años y, en segundo lugar, porque representa un eslabón importante de la cadena formada por padres, cuidadores y pediatras.
Como asesor de las personas encargadas de la alimentación del niño, el farmacéutico debe transmitir claramente la importancia de la nutrición para su salud y el impacto de los hábitos dietéticos de la infancia para prevenir el sobrepeso, la obesidad y la repercusión en la salud del adulto.
La accesibilidad y proximidad a la población sitúan a este profesional sanitario en un lugar ideal para detectar esos casos, así como las complicaciones derivadas de la enfermedad y colaborar en la educación sanitaria de los pacientes.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Atención Primaria Mª Mar Bautista García-Vera, Inmaculada Mayoral Contreras y Enrique Pereda Arregui, la nefróloga Teresa Cavero Escribano y la endocrinóloga Alejandra Durán Rodríguez Hervada, de Madrid, y los médicos de Familia Nuria Bosch Girona, Mª Ángeles Coloma García, Pascual Mañes Vicente, Pedro Moreno Pareja y Mª Jesús Sirera Corbin, del Centro de Salud Serrería I, Valencia.
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