La prevención primaria consiste en las intervenciones que se realizan sobre individuos que tienen factores de riesgo cardiovascular y que aún no han tenido un evento cardiovascular. Son pacientes en los que sus factores de riesgo cardiovascular, como tabaquismo, sobrepeso, sedentarismo, hipertensión arterial, diabetes mellitus, dislipemia… aún no han tenido una consecuencia clínica, aunque pueden estar produciendo ateroesclerosis de forma subclínica.
Las estrategias en prevención primaria pueden ser intervenciones no farmacológicas, como dejar de fumar, adoptar la dieta mediterránea, hacer actividad física, perder peso… o farmacológicas, fármacos para la hipertensión, antidiabéticos orales para tratar la diabetes mellitus o estatinas para tratar la dislipemia.
Las guías de práctica clínica utilizan algoritmos, o tablas de estimación del riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular a 10 años y en función de ellos subdividen a la población en bajo, moderado o alto riesgo.
La escala SCORE actualizada (SCORE2) estima el riesgo de un individuo de eventos cardiovasculares fatales y no fatales, infarto de miocardio, accidente cerebrovascular, a 10 años en personas aparentemente sanas de 40 a 69 años con factores de riesgo, que no reciben tratamiento o han permanecido estables durante varios años.
Para conseguir que cualquier tratamiento médico surta efecto, siempre se necesita la colaboración del paciente. Sobre todo, teniendo en cuenta que todo acto médico requiere de una correcta relación médico-paciente.
La implicación del paciente en los cambios en estilo de vida, conocimiento de la enfermedad y medicación es fundamental para asegurar una correcta adherencia.
Identificar los factores que contribuyen a la falta de adherencia es clave para corregirlos y revertir esta falta de adherencia. A esto pueden ayudar los programas educaciones, las intervenciones de grupo o nuevas aplicaciones tecnológicas, como las aplicaciones de teléfonos móviles, pueden mejorar la adherencia y fomentar la persistencia de los cambios de comportamiento a largo plazo.
Dado que el sobrepeso, la obesidad y, en particular, la grasa abdominal contribuyen a la dislipidemia, se debe reducir la ingesta calórica y aumentar el gasto de energía en las personas con exceso de peso y/o grasa abdominal.
En el caso del exceso de peso, la reducción del peso corporal, aunque sea modesta, mejora las anomalías lipídicas y tiene un efecto beneficioso sobre los otros factores de riesgo cardiovascular que suelen estar presentes en las personas con dislipidemia.
La disminución del peso corporal influye en los niveles de colesterol total y cLDL, pero la magnitud del efecto es pequeña; en las personas obesas, se observa una disminución de la concentración de cLDL de 0,2 mmol/L (8 mg/dL) por cada 10 kg de pérdida de peso. Además, la reducción de los niveles de cLDL inducida por el ejercicio físico regular es aún menor. Es probable que los beneficios de la reducción de peso y el ejercicio físico sobre el perfil de riesgo cardiovascular tengan un impacto sobre otros factores de riesgo, especialmente la hipertensión y la diabetes.
Por otro lado, la reducción de peso aumenta los niveles de cHDL, que se observa en un aumento de 0,01 mmol/L (0,4 mg/dL) por cada kg de pérdida de peso corporal cuando la reducción de peso se ha estabilizado.
Además, la reducción de peso mejora la sensibilidad a la insulina y disminuye los niveles de triglicéridos.
Con respecto al alcohol, el límite superior seguro es de aproximadamente 100 gramos de alcohol por semana.
En relación con los lípidos, la ingesta de alcohol tiene un mayor impacto en los niveles de triglicéridos, particularmente en individuos con hipertrigliceridemia.
Por su parte, el ejercicio físico puede modificar el riesgo cardiovascular. El ejercicio regular puede reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares al mejorar la salud del corazón y los vasos sanguíneos, reducir la presión arterial, mejorar los niveles de lípidos en la sangre y reducir la inflamación. Además, puede mejorar la función endotelial.
La dieta mediterránea ha demostrado tener efectos beneficiosos en la reducción del riesgo cardiovascular. Dicha dieta se caracteriza por un alto consumo de frutas, verduras, legumbres, productos integrales, pescado y aceite de oliva, un consumo moderado de alcohol, principalmente vino tinto, y un bajo consumo de carnes rojas y productos lácteos.
La dieta mediterránea es rica en antioxidantes y grasas saludables, como los ácidos grasos omega 3, y fibra, y baja en grasas saturadas y colesterol. Estos componentes pueden ayudar a reducir la inflamación, mejorar los niveles de lípidos en la sangre, reducir la presión arterial y mejorar la salud del corazón y los vasos sanguíneos.
Seguir una dieta mediterránea se asocia con una reducción del riesgo de enfermedades cardiovasculares. Un estudio publicado en The New England Journal of Medicine puso de manifiesto que seguir una dieta mediterránea suplementada con aceite de oliva extra virgen reduce el riesgo de eventos cardiovasculares mayores en un 30 % en comparación con una dieta baja en grasas.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores Javier Limeres Freire, Eduardo Bosch Peligero, Ruperto Carlos Oliveró Soldevila y Rubén Fernández Galera, de Barcelona.
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