El síndrome metabólico es una enfermedad cardiovascular, que no sólo es una causa de mortalidad sino también de morbilidad en todos los países. Aunque es independiente a la enfermedad cardiovascular, su presencia se hace patente en su gravedad y pronóstico. Por ello, es de mucha importancia conocer el impacto del síndrome metabólico sobre la morbilidad cardiovascular y los factores para la prevención. Como componentes del síndrome metabólico está la obesidad abdominal, la hiperglucemia, la hipertensión arterial, la hipertrigliceridemia y el HDL bajo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo definió en 1998 como la existencia de resistencia a la insulina o alteración glucídica. Ha sido representado como un iceberg con la expresión clínica de sus principales componentes y como resultado de complejas interacciones entre factores genéticos y ambientales que comparten su origen en una base fisiopatológica común; la resistencia a la insulina, lo que condiciona un riesgo cardiovascular. Sus repercusiones sociosanitarias hacen que sea uno de los mayores problemas sanitarios del siglo XXI.
Su prevalencia puede variar en función de la edad, la etnia y el criterio diagnóstico utilizado. Los estudios epidemiológicos sugieren que múltiples factores de riesgo aumentan el riesgo más que la suma de factores de riesgos aislados. Es más, el riesgo va incrementándose geométricamente en vez de linealmente, lo que se conoce como el riesgo multiplicativo. Además de las repercusiones en el desarrollo de la arteriosclerosis, el síndrome metabólico y la resistencia insulínica se han relacionado con otras enfermedades, como el hígado graso no alcohólico y el síndrome del ovario poliquístico. Como la prevalencia es importante y su relación con las enfermedades cardiovasculares es alta, es necesario tener instrumentos sencillos y eficaces que permitan el diagnóstico precoz para iniciar una prevención eficaz. Así, la resistencia insulínica se define como un defecto en la acción de la insulina que provoca aumento de la basal para mantener la glucemia en un rango normal.
El principal contribuyente al desarrollo de resistencia a la insulina es el exceso de ácidos grasos. Diagnosticarlo es muy sencillo, ya que realizando un análisis de sangre en el que se analicen los valores del colesterol, triglicéridos y glucosa, suele ser suficiente, aunque la presión arterial también es muy importante a la hora de detectarlo.
Con respecto al tratamiento, se recomienda empezar con una dieta adecuada, con restricción calórica para reducir el exceso de peso corporal, que produce una importante reducción de la resistencia a la insulina y de la mayoría de sus comorbilidades. El mantenimiento de dicha pérdida de peso a largo plazo es fundamental para permitir una vuelta a la normalidad de la sensibilización de los tejidos a la insulina y disminuir la glucotoxicidad y lipotoxicidad. Se recomienda el ejercicio aeróbico programado, sostenido e individualizado en tipo e intensidad. El ejercicio físico produce un mayor desplazamiento de receptores de insulina a la superficie celular así como una disminución lipídica en el músculo esquelético.
Por su parte, el tratamiento farmacológico se basa en una intervención multifactorial para el control de los factores de riesgo y en la reducción del riesgo cardiovascular. El tratamiento farmacológico debe estar orientado hacia fármacos que además de su acción específica sean capaces de mejorar la resistencia a la insulina, donde se posicionan las estatinas/fibratos, el tratamiento antiagregante, los IECA, los ARAII y los insulinosensibilizadores, como la metformina o glitazonas.
En los pacientes con síndrome metabólico debe considerarse la prevención del estado pretrombótico con ácido acetil salicílico, sobre todo en los que tienen un riesgo a diez años mayor del 10 por ciento según el SCORE de cálculo de riesgo para enfermedad cardiovascular vascular y en pacientes con síndrome metabólico y diabetes.
Y es que las medidas preventivas deben iniciarse en la infancia y adolescencia con programas educativos escolares dirigidos a los alumnos y los padres enfocados hacia hábitos alimentarios correctos y la importancia del ejercicio físico, ya que la inactividad física representa un factor de riesgo cardiovascular.
Es importante que el paciente sea consciente de su enfermedad. Cambiar los hábitos de vida, sobretodo la pérdida de peso y realizar ejercicio, conlleva mejoras en la morbilidad cardiovascular, disminuyendo la incidencia de diabetes, de la presión arterial y colesterol.
Una vez decidido el objetivo al que llegar en cada uno de los factores de riesgo y el tratamiento a prescribir se debe seguir una estrategia de visitas periódicas hasta que el paciente alcance los objetivos marcados. A partir de aquí, se puede espaciar seguimiento entre 3 y 6 meses, apoyándose en enfermería para visitas intermedias.
Un aspecto importante sería la inercia terapéutica, que se da fundamentalmente cuando el médico no inicia el tratamiento, aumenta la dosis o añade fármaco cuando el paciente no está controlado. Conocer las cifras objetivos de los factores de riesgo y asumirlas desembocará en aumento del control de estos pacientes.
Otro aspecto importante es la adherencia y el cumplimiento, sin olvidarse de la periodicidad en los controles para monitorización de la dislipemia, de las recomendaciones para la monitorización enzimática en pacientes tratados con hipolipemiantes, de las estrategias para mejorar la adherencia a los cambios en el estilo de vida y de las de ayuda para el cumplimiento terapéutico en polimedicados.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Medicina de Familia Juan José López Lara, del Centro de Salud Esperanza Macarena; Ángel Vázquez Foncuberta, del Centro de Salud El Mirador y Julio Márquez Cera, del Centro de Salud Virgen de la Oliva; Jesús Peralta Mateos, del Centro de Salud Ubrique, Luis Miguel Rosales García, del Consultorio Particular Arcos y Antonio Rangel Pacheco, del Consultorio Bonanza, en Sanlúcar de Barrameda; Vicente Caballero Pajares, Rafael Gimeno Fernández y Fernando Durán Jiménez, del Centro de Salud de Esparragalejo, y Carmelo José Chaves Guerrero, Manuel Ángel Centeno Gordillo y Candelaria Núñez Vázquez, del Centro de Salud La Palma, en Huelva.
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