El síndrome metabólico consiste en la conjunción de una serie de factores de riesgo que aumentan la probabilidad de padecer una enfermedad cardiovascular o diabetes mellitus tipo 2. Para su diagnóstico deben estar presentes al menos tres de los siguientes factores: niveles elevados de glucosa o diabetes 2, hipertensión arterial, niveles elevados de triglicéridos, bajos niveles de colesterol HDL y elevados de colesterol LDL y obesidad central y/o índice de masa corporal >30mg/g.
Cada vez es más prevalente y se debe tratar individualizando al paciente, ya que existe una resistencia a la insulina importante y microalbuminuria, que junto con la obesidad de tipo central, que se mide en hombre y mujeres en relación con el perímetro de cintura, y con el aumento del colesterol LDL y la bajada de HDL, HTA, la pluripatología se complica.
En sentido estricto, no se debe hablar de síntomas, ya que la mayoría de las situaciones que determinan el síndrome metabólico son asintomáticas. Sin embargo y debido a la estrecha relación entre obesidad abdominal, metabolismo aumentado de glucosa y presión arterial elevada, es frecuente encontrar pacientes que presenten las tres condiciones, no es infrecuente que presente además dislipemia aterogénica, cHDL disminuido y aumento de triglicéridos.
Y es que el síndrome metabólico se está convirtiendo en uno de los principales problemas de Salud Pública del siglo XXI. Asociado a un incremento de 5 veces en la prevalencia de diabetes tipo 2 y de 2-3 veces en la de enfermedad cardiovascular (ECV), se considera que es un elemento importante en la epidemia actual de diabetes y de ECV.
Las características que definen el síndrome metabólico se presentan en muchos de los pacientes, siendo más frecuente en personas de 50 a 75 años sin claro predominio por sexo, aunque debido a la mayor tasa de frecuentación de las mujeres puede ser mayor en estas. Así, la prevalencia en las consulta viene a ser del 15% en pacientes mayores de 14 años llegando al más 25% en mayores de 50 , ya que a partir de esta edad, salvo el caso de la dislipemia, se presentan casi dos tercios mas los pacientes con presión arterial elevada, obesidad central y alteraciones de la glucemia.
De los criterios que definen el síndrome metabólico, los que aparecen con más frecuencia son la obesidad central, la glucemia basal alterada y la hipertensión arterial. Pero también se pueden asociar a triglicéridos elevados, HDL disminuidos y microalbuminuria.
Por eso, hay que centrarse en estrategias terapéuticas y de estilo de vida para reducir el riesgo a largo plazo tanto de la enfermedad cardiovascular como de la diabetes tipo 2. Así, se debe orientar a mejorar la resistencia a la insulina y al control de las patologías asociadas que se relacionan con un mayor riesgo cardiovascular.
En este sentido, es relevante considerar el síndrome metabólico como entidad clínica donde se propone el tratamiento conjunto de todos las patologías en su conjunto. Si aceptamos que el elemento común que da lugar a la aparición del síndrome metabólico es la resistencia a la insulina, el tratamiento más adecuado desde el punto de vista fisiopatogénico sería la utilización de fármacos que la disminuyen, como metformina y glitazonas, aunque no existen ensayos clínicos que lo avalen. Por tanto, los cambios dietéticos y de estilo de vida, la prevención y la utilización de fármacos cuya actividad abarque aspectos beneficiosos sobre más de uno de ellos deben ser tenidos muy en cuenta.
No obstante, a la hora de elegir el tratamiento hay que tener en cuenta las interacciones entre las diversas patologías y los fármacos empleados, por lo que la mejor manera de abordar un SM es de manera conjunta. Así, se emplean inhibidores de la DPP-4 asociados a metformina para los niveles elevados de glucosa en sangre o DM tipo 2; IECA e inhibidores ARA II, para la hipertensión arterial; estatinas, para el colesterol; fenofibratos, para la hipertrigliceridemia, y dieta y ejercicio como base del tratamiento.
El farmacéutico puede ayudar al manejo del síndrome metabólico detectando a los pacientes e indicándoles que acudan a su médico. La farmacia comunitaria es un lugar adecuado para poder detectar factores de riesgo cardiovascular ya que resulta en muchos casos un lugar muy cercano al paciente.
El farmacéutico también puede y debe asesorar a los pacientes para detectar posibles problemas de salud que puedan resolverse simplemente con cambios en el estilo de vida, incidiendo en control de peso, cifras tensionales, mediciones de perímetro abdominal… e incluso valoraciones orientativas con glucómetros de glucemias basales en ayunas. Es un profesional muy cercano a los pacientes y conoce bien su evolución, su estado de salud y por tanto sus necesidades en cuanto al tratamiento y prevención de enfermedades futuras.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Medicina de Familia Ángel García Serrano, Carlos García Culebras, Carmen Campayo Ortega, Celia Chumillas Checa, Ana María Galdámez Núñez, Miguel Ángel Martínez Vergara, Ricardo Córdoba Talavera, Isabel López Nicolau, Victoria Moya Cantarell, Juan Carlos Ubeda Utrilla, Juan Francisco García Jiménez y Enrique López de Coca, de Albacete; Santiago Rábano Barrio, del Centro de Salud de Aravaca; Milagros Merino Pella, del Centro de Salud Villanueva de la Cañada; Carmen García Alarcon, del Centro de Salud El Abajon, Las Rozas; Carmen Villar Vallano, del Centro de Salud Collado Villalba Estación; Elena Ródenas Moreno y María Ángeles Somoza Calvo del Centro de Salud Moralzarzal, todos en Madrid, y Natalia Iglesias del Valle, M Teresa Núñez Díaz, Elisa Martínez Núñez, Montserrat Gómez Cuñarro y Amaya Pujana Bambo.
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