El paciente con dislipemia se debe implicar en los cambios en el estilo de vida

La relación alimentos y salud es clave en el riesgo cardiovascular, ya que los alimentos pueden ser utilizados como vehículos para administrar sustancias bioactivas (complementos dietéticos) que modifiquen procesos fisiológicos y mejorar la salud. Por eso, el papel de la dieta en la prevención cardiovascular esta sólidamente asentado en la actualidad y se basa en estudios epidemiológicos y en estudios de intervención dietética.

No obstante, no existe la misma evidencia en el caso de los suplementos de vitaminas. Una dieta saludable y equilibrada proporciona suficiente cantidad de vitaminas que hacen innecesario un aporte adicional. En este sentido, los suplementos vitamínicos han demostrado un efecto añadido al que se alcanza con una alimentación adecuada.

El sustrato fisiopatológico común del proceso arteriosclerótico es la placa de ateroma. Existe una relación demostrada entre la dislipemia y la enfermedad cardiovascular, ya que se considera uno de los factores de riesgo cardiovascular. Así, la disminución del colesterol es una de las dianas terapéuticas en la prevención de dichas enfermedades. Por eso, el primer escalón en la prevención cardiovascular se centra en la disminución de la ingesta de colesterol.

La levadura roja de arroz y la soja ayudan a reducir el riesgo cardiovascular por su efecto en la disminución del colesterol. No obstante, su efecto suele ser moderado y eficaz cuando se requieren bajadas poco importantes o como complementos de la dieta y/o el tratamiento farmacológico.

Estilo de vida

Lo que hay que tener en cuenta es que los cambios en el estilo de vida que afectan al perfil lípidico son necesarios y absolutamente recomendables. Si el paciente no modifica sus hábitos respecto a su alimentación, peso y ejercicio será muy difícil conseguir un control adecuado de los niveles de lípidos, tanto en prevención primaria como secundaria.

Se recomienda iniciar siempre en prevención primaria una modificación en el estilo de vida del paciente y si no se consigue las cifras objetivo, según el riesgo cardiovascular del paciente, iniciar tratamiento médico con hipolipemiantes. Existe evidencia que apoya la asociación entre dieta, ejercicio y abstención de tóxicos con la morbimortalidad cardiovascular. En el caso de la alimentación, las dietas ricas en grasas saturadas incrementan los niveles de colesterol LDL y este a su vez, el riesgo cardiovascular.

Motivación

La educación y motivación del paciente en cuanto a las intervenciones respecto a su dieta, peso y ejercicio son fundamentales para conseguir la adherencia del paciente a estos cambios en su estilo de vida. En los programas de rehabilitación cardiaca, desde el punto de vista de prevención secundaria, el estilo de vida constituye la piedra angular. Desde el punto de vista de prevención primaria, también es importante que el paciente entienda lo que significa tener alto el colesterol, el riesgo corre si no lo tiene dentro de unos niveles recomendables y qué debe hacer para mejorarlo.

Sin la educación y la motivación del paciente no se consiguen alcanzar los niveles objetivo y, por tanto, no se reducirá la morbimortalidad cardiovascular. En prevención primaria, el estilo de vida saludable debe ser lo primero que se recomiende al paciente, y según las cifras basales y las cifras objetivo, en función del riesgo cardiovascular del paciente, si no se alcanzan en el plazo de unos 3 a 6 meses, será necesario el tratamiento farmacológico, pero siempre junto a estos cambios en el estilo de vida.

Conseguir una modificación del estilo de vida en pacientes con dislipemia es un aspecto fundamental en las consultas. Por ello, el análisis de los factores familiares, sociales o laborales que interfieran en un estilo de vida cardiosaludable son claves para  ayudar a mejorar la adherencia.

Dieta

Es fundamental incentivar una dieta rica en frutas y verduras, con consumo de más pescado y menos carne, legumbres, aceite de oliva y frutos secos; la abstención del hábito tabáquico, el consumo moderado de alcohol y la práctica diaria de actividad física. Además, es clave que los pacientes entiendan que estos cambios de vida no deben ser transitorios, ya que se deben mantener en el tiempo.

Si el paciente precisa además pérdida de peso se le indicará una dieta hipocalórica adecuada a sus características, acompañado de ejercicio cardiometabólico de mínimo 3 sesiones semanales de 50-60 minutos. Estas medidas deben estar supervisadas por visitas frecuentes de enfermería para control de peso y adecuación de la dieta, y con una visita médica a los tres meses para ver su evolución y adherencia a las recomendaciones planteadas, y realizar un análisis con perfil lipídico. En prevención secundaria, estos cambios en el estilo de la vida siempre deben ir junto al tratamiento farmacológico.

Para valorar la evolución, hay que hacer una evaluación de un periodo inicial de entre 3 y 6 meses, con revisión de los progresos y en función de los resultados establecer los siguientes objetivos.

Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores Juan Antonio Contreras Torres, Jana María Pérez Gozalbo y Joaquín Martín Pastor, del Consultorio de Peñiscola; Enrique Peña Forcada, Clara Sainz Cantero y Fernando Francisco Dicenta Gisbert, del Centro de Salud de Almazora, y Enrique Rodilla Sala, Amparo Aguilar Llopis, Raquel Segovia Portoles y Julio A. Vicente Rodrigo, de Valencia.

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