La práctica de deporte con moderación y adaptado a las circunstancias de cada persona tiene muchas ventajas para la salud tanto física como mental. Los inconvenientes son las posibles lesiones si no se realiza de forma adecuada y no se toman todas las precauciones.
Un artículo publicado en la revista Journal of the American College of Cardiology clasifica los deportes en tres grados en función del consumo de oxígeno que requieren y de la contracción de la fuerza realizada durante la actividad. “Los deportes con mayor riesgo cardiovascular son aquellos que durante el entrenamiento y, sobre todo, durante la competición requieren más del 70% del consumo máximo de oxígeno del individuo. Los efectos beneficiosos o el riesgo están en función del volumen y la intensidad a la que se practique.
Para que el deporte resulte beneficioso se debe realizar de manera moderada, constante, con la indumentaria adecuada, evitando temperaturas extremas y cuidando también la hidratación y la alimentación.
El deporte en exceso, como todo, no es lo más recomendable por el desgaste que supone para el organismo a todos los niveles, especialmente las articulaciones y a nivel cardiaco (el exceso de deporte se ha relacionado con fibrilación auricular y fibrosis cardiaca).
Los expertos recomiendan la realización de actividad física moderada al menos tres veces por semana. No obstante, el ejercicio físico en exceso también puede acarrear consecuencias negativas para una persona y para su salud. Las secuelas pueden aparecer al instante o al cabo de un periodo de tiempo prolongado. Antes de iniciar una rutina de ejercicios, lo recomendable es ponerse en manos de un experto, y dejarse guiar y aconsejar.
En este sentido, las personas que acuden a las consultas para hacerse un reconocimiento antes de iniciar una actividad deportiva suelen querer conocer temas relativos a la musculación: dietas hiperproteicas, suplementos de aminoácidos, esteroides, diuréticos, insulina, hipoglucemiantes como metformina etc., por otro lado, están los que empiezan a hacer deporte, sobre todo correr y entran en una especie de adicción, cada vez quieren más.
Se les hacen controles con una de analítica para ver el funcionamiento del hígado y el riñón y también ECG para detectar posibles lesiones a nivel cardiaco. Es algo que debería estar protocolizado y no depender, como ahora, de la concienciación o disposición de cada profesional.
Se debería integrar el ejercicio físico como parte del estilo de vida. Para ello, es necesario que el profesional sanitario informe de los beneficios del ejercicio físico, aportando al paciente una información clara y concisa. Lo primero que hay que hacer es ver si hay alguna lesión y conocer el estado del sistema cardiovascular de forma individualizada, llevando a cabo una anamnesis para valorar la necesidad de realizar una prueba de esfuerzo en los pacientes con RCV o contraindicar el ejercicio físico. Para ello, se puede utilizar el PARQ (cuestionario de preparación para la actividad física) o la estratificación de riesgo de la ACSM (2007).
Las personas que practican deporte de élite sí que son conscientes de su riesgo y se controlan constantemente con su médico y preparador físico. El riesgo está en las personas que se ponen a hacer deporte de la noche a la mañana y comienzan a apuntarse a pruebas que superan su preparación física. En estos casos es cuando pueden saltar todas las alarmas. Hay un gran desconocimiento a este respecto, únicamente tras una noticia alarmante por su repercusión mediática se plantean pedir información. Muchas veces no son conscientes del riesgo cardiovascular porque consideran que el ejercicio lo neutraliza o compensa, por lo que es importante desmentir esas creencias erróneas y determinar el riesgo de cada caso concreto.
Un paciente que ha sido sedentario, con factores de riesgo como arterioesclerosis, hipertensión u obesidad, debe comenzar a realizar ejercicio físico de una manera moderada y controlada. En estos casos, el mejor ejercicio físico es caminar. Nunca se les debería inducir a correr. Los entrenamientos deben de ser individualizados y es necesario comenzar la sesión de entrenamiento con ejercicios de calentamiento muscular y estiramientos progresivos. Deben prestar atención a las señales que el cuerpo les mande: nauseas o vómitos, cansancio prolongado, severa falta de aire, insomnio, etc, son factores que alertan de que se está realizando un ejercicio con demasiado vigor y es necesario disminuir su intensidad.
Asimismo, el paciente debe adquirir hábitos de vida saludables en cuanto a alimentación y ejercicio regular de intensidad moderada y acorde a su situación particular. Es fundamental llevar a cabo una dieta mediterránea, baja en grasas saturadas y colesterol, y sistematizar la determinación ocasional de las cifras de presión y de analíticas que incluyan el perfil lipídico y glucémico, para abordar de forma objetiva el riesgo y establecer los tratamientos preventivos adecuados.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores José Alfonso Machín Fernández, Maximino González Fernández, Roberto Rodríguez Iglesias, José Antonio Vázquez González, Demetrio Ruano Rubio y Gonzalo Fernández Núñez, de León; Mª Pilar Vara Benito, del Centro de Salud Casco Viejo, en Bilbao; Javier de Castro Pelegrín, Centro de Salud Landako, en Durango; Jacobo López Fernández, Centro de Salud Amurrio, en Alava, y Roberto Rodríguez Hernández, del Centro de Salud Carmelo Santutxu, en Bilbao; los especialistas en Cardiología María José Morillas Bueno, del Centro Especialidades Basauri; Juana Umaran Sánchez, del Hospital de Galdakao, y María Esther Recalde del Vigo, del Centro Especialidades Deusto; los especialistas en Endocrinología Pedro Checa Zornoza y Fidel Enciso Izquierdo, el internista Inocencio Hernández Batuecas y los médicos generales José María Villanueva Rebollo, Jesús Pereira Cuello y Carlos Elias Becerra, del Hospital San Pedro de Alcántara, en Cáceres, y Adrián Juanes de la Peña, Juan Pedro Benítez Ortiz y Teodoro Moreno Sobrino.
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