En los últimos años se ha conseguido reducir la morbimortalidad por eventos vasculares cerebrales, gracias a las mejoras de control y tratamiento de pacientes hipertensos y diabéticos, y de los factores asociados de riesgo cardiovascular. Sin duda, pueden evitarse un gran número de ictus mediante el control de los factores de riesgo cardiovascular, con el control y tratamiento adecuado de la tensión arterial, de la diabetes, de las dislipemias, de la obesidad y sobrepeso, del sedentarismo, del tabaquismo y con mejoras en la alimentación, centradas en la reducción del consumo de sodio, reducción del consumo de grasas saturadas, reducción de la ingesta alcohólica, reducción del consumo de bebidas azucaradas…
Así, en la gran mayoría de los pacientes la prevención primaria logra unos resultados extraordinarios. La prevención primaria del ictus está orientada a la actuación sobre los factores de riesgo cardiovasculares modificables. Por eso, un control riguroso de la hipertensión es la mejor estrategia para la prevención del ictus.
El tratamiento farmacológico de la hipertensión arterial reduce la morbimortalidad vascular y del ictus, y es consistente en jóvenes y ancianos, en hombres y mujeres, así como en el tratamiento de la hipertensión sistólica aislada.
En el manejo de la hipertensión con fármacos, hay que tener en cuenta que aunque los calcioantagonistas parecen ser superiores a los IECAS y ARA II en la prevención primaria del ictus, los fármacos antihipertensivos no muestran claras diferencias en la reducción de los episodios vasculares, por lo que las recomendaciones en prevención primaria en lo que respecta al tratamiento farmacológico dependen de las individualidades del paciente. En prevención secundaria los betabloqueantes son el fármaco de elección, pero los IECAS también pueden utilizarse.
Tras un ictus isquémico, la probabilidad de recurrencia durante el primer año es aproximadamente de un 10 por ciento y posteriormente de un 5 por ciento anual. La intervención terapéutica en estos pacientes debe ser agresiva y orientada a reducir este riesgo.
En los pacientes con antecedentes de ictus, tanto isquémico, AIT o hemorrágico, con y sin HTA se ha demostrado que el tratamiento antihipertensivo reduce el riesgo de sufrir un nuevo ictus en un 24 por ciento, aunque no reduce de forma significativa la mortalidad total ni la mortalidad debida a un ictus. Una reducción de 10 mmHg de sistólica se asocia a una reducción del riesgo de ictus entre el 28 y 33 por ciento, y 5 mmHg de diastólica a una reducción del riesgo de ictus del 34 por ciento. Por eso, se recomienda en prevención secundaria conseguir una sistólica entre 130-139 mmHg y una diastólica entre 80-85 mmHg (lo más próximo al umbral inferior), si lo tolera, todo paciente tanto hipertenso como normotenso que ha sufrido un ictus debe recibir tratamiento farmacológico. En monoterapia se recomiendan inhibidores de la angiotensina, antagonistas de la angiotensina II o bloqueadores de los canales del calcio y en terapia combinada, IECA o ARA2 con bloqueador de los canales del calcio o con diuréticos tiazidicos que aportan un beneficio adicional.
El papel del farmacéutico tanto en el ámbito de la prevención de los factores de riesgo como en el seguimiento farmacoterapéutico de los pacientes que han sufrido un ictus es muy importante. Las medidas prácticas más eficientes para la prevención del ictus consisten en controlar la hipertensión, la diabetes, la obesidad y los niveles lipídicos, para lo cual el farmacéutico puede prestar un servicio personalizado en la detección y remisión a los servicios médicos correspondientes para su control. El abandono del tabaquismo y la moderación en el consumo de bebidas alcohólicas o su abstinencia completa cuando coexistan varios factores de riesgo son también medidas fomentadas desde la farmacia, insistiendo en la importancia de realizar actividad física moderada de forma frecuente y llevar una alimentación sana y variada.
En las farmacias se puede identificar a pacientes de riesgo (diabetes, hipercolesterolemia, tabaquismo, sedentarismo, hipertensión), además de motivarlos y hacer seguimiento. Además, el farmacéutico puede realizar tomas de presión arterial del paciente y apuntársela en una tarjeta, indicarle medidas adicionales a la toma de fármacos, saber si está cumpliendo el tratamiento o no e instarle a que lo haga en caso de mal cumplimiento. Asimismo, puede derivarlo al médico cuando considere que es necesario al ver alguna señal de alarma en el paciente y, al contrario, también puede tranquilizarlo y aconsejarle debidamente cuando vea que no es necesario acudir a una consulta de medicina.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Medicina de Familia José Luis Martínez Jalvo, Luis Marcial Bernat Gil y Ángela Ramos García, del Centro de Salud Benimaclet, y los médicos de Atención Primaria Rafael Catalán Felez, Jesús Zumeta Fustero, Pilar Sánchez Grasa, Mª José Barroso Saiz, Luis Caballero Domínguez y el cardiólogo Rubén Cordón Ruiz, del Centro de Salud Fuentes de Ebro.
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