La prevención primaria se centra en tomar todas las medidas necesarias para evitar la aparición de una enfermedad. Si se extrapola a las enfermedades cardiovasculares, llevará a identificar y actuar sobre todos y cada uno los factores de riesgo cardiovascular que pudiera tener una persona. De esta forma, se debería clasificar a pacientes de alto y muy alto riesgo por la coexistencia de varios factores de riesgo de forma concomitante, como el tabaco, HTA, la diabetes y la hipercolesterolemia.
Una vez detectados los diferentes factores de riesgo, se podrían seguir varias estrategias para intentar minimizar los riesgo.
Entre éstas, se encuentra modificar los hábitos de vida, fomentando el ejercicio físico, la dieta saludable para mejorar riesgo metabólico (diabetes y colesterol) y consejo sobre el abandono de tabaco.
Una vez valorado que la modificación de estilos de vida no ha sido suficiente para controlar los factores de riesgo se debe iniciar el tratamiento farmacológico, con el fin de lograr objetivos de control, como pueden ser antihipertensivos en HTA, hipoglucemiantes en diabetes y estatinas y/o ezetimiba, solas o en combinación, para tratamiento de dislipemias.
En prevención primaria se debe reducir el colesterol en los pacientes que presenten un colesterol total igual o superior a 250 mg/dl después de dos determinaciones en tres meses de diferencia, que no responden a tratamiento dietético. Si presentan factores de riesgo cardiovascular, las cifras cambiarían y se deberían tener en cuenta si presenta un colesterol total superior a 200 mg/dl en caso de HTA, si el colesterol LDL es superior a 130 mg/dl o si es diabético y el colesterol LDL es superior a 100.
La edad puede ser un factor, como la fragilidad, condicionante a la hora de si tratar o no al paciente. La falta de estudios en población de edad avanzada plantea la posibilidad de actuar. Probablemente, la fragilidad y la corta esperanza de vida de este grupo poblacional sean factores determinantes para no proseguir algunos tratamientos, aunque no justificables.
Mientras, el paciente con buena calidad de vida y dentro de las otras franjas de edad más jóvenes es un candidato a tratar.
Es importante que el paciente entienda la cronicidad de su problema. La relación médico-paciente es clave para una colaboración mutua en el tratamiento higiénico-dietético de la dislipemia. Los programas de adherencia son una parte fundamental e insustituible del tratamiento.
Una ingesta diaria moderada de alcohol (inferior a 20 gramos en el hombre y de 10 gramos en la mujer) tiene un efecto beneficioso en el perfil lipídico, mejora el HDL, además de un efecto antiagregante.
Los personas con un consumo de alcohol moderado tienen una menor incidencia de mortalidad por cardiopatía isquémica que los abstemios. Hay estudios que destacan el vino tinto es rico en antioxidantes como los flavonoides y polifenoles.
También hay estudios observacionales que podrían relacionarse con la dieta mediterránea. Las personas que consumen menos alcohol y además realizan ejercicio físico tienen un menor sobrepeso.
El consumo excesivo de alcohol, además de inducir a la obesidad por el elevado contenido calórico, aumenta los triglicéricos por inhibir la actividad de la lipasa hepática. También se puede relacionar con ictus, HTA, miocardiopatías, neoplasias, esteatosis y cirrosis hepática y con patología mental.
El IMC tiene una distribución gráfica en forma de J con la mortalidad general y cardiovascular, y es 2,2 y 3,3 veces más frecuentes en hombres y mujeres obesos que en personas con normopeso, llegando a multiplicarse por 10 cuando el IMC es superior a 40.
El mayor riesgo cardiovascular se relaciona con otros factores de riesgo, como la insulinorresistencia, la mala tolerancia a la glucosa, la HTA y dislipemias, sobre todo hipertrigliceridemias con HDL bajo .
El perímetro abdominal, más de 102 cm en hombres y más de 88 cm en mujeres, se correlaciona con el riesgo de cardiopatía isquémica. Así, la disminución del peso tiene efectos beneficiosos en casi todos los factores de riesgo.
La rama española del estudio EPIC con 40.662 participantes seguidos durante 13,4 años ha demostrado la reducción de mortalidad general y cardiovascular, pero no de cáncer.
Diferentes estudios sostienen que en la población de más de 60 años la adherencia a la dieta mediterránea reducía la mortalidad en un 8%.
En resumen, una dieta rica en frutas, verdura y pescado tiene efecto protector sobre la enfermedad coronaria y el ictus, incluso en ancianos. Por lo que la mayoría de guías occidentales para la reducción del riesgo cardiovascular recomiendan dietas basadas en la dieta mediterránea.
Por su parte, la actividad física se asocia a un menor riesgo cardiovascular, reduce el riesgo de diabetes tipo 2, osteoporosis, cáncer de colon, de mama, trombosis venosa en EEII. En pacientes con enfermedad coronaria el ejercicio físico puede disminuir la mortalidad coronaria y la total.
El ejercicio físico aumenta el HDL, la sensibilidad a la glucosa, modifica la función plaquetaria, eleva la fibrinolisis y mejora la presión arterial. Además, reduce los depósitos de grasa abdominal, disminuye la sensibilidad del miocardio a las catecolaminas y disminuye el riesgo de arritmias ventriculares.
Es importante destacar que cuando la reducción del peso se asocia a ejercicio físico, la reducción de los lípidos es superior y se mantiene la reducción de la grasa corporal.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores Juan Fernando Fernández Moyano, Francisco Tomás Sesma Aisa y Antonio Moya Moya, de Barcelona.
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